Buenos Aires, 31 de enero de 2011. Francisco Fernández conduce desde hace 33 años un taxi. A cada pasajero le regala un folleto evangelístico. La historia de un trabajador del volante que goza cuando obsequia esos materiales.
En Buenos Aires se los apoda “tacheros”; en Estados Unidos son “taxi-drivers”; en Francia “chauffers”; en Brasil “motoristas”. Conocen la calle y sus secretos como pocos. Francisco Fernández (en la fotografía) no es la excepción. Sabe de la noche y sus tentaciones a las que no sucumbió, de sus calles y la ubicación y nombre exacto de las decenas de hospitales y clínicas de la ciudad. Desde 1977 transportó sanos y salvos a miles de pasajeros a lo largo de 3,3 millones de kilómetros. “En todos estos años jamás choqué a nadie”, se ufana, aunque admitió que alguna vez lo “chocaron atrás o en la puerta”.
Su trabajo de doce horas diarias seis días a la semana le sirvió para construirse la casa en donde vive en la ciudad de Isidro Casanova –al sudoeste de la ciudad de Buenos Aires- y criar a sus diez hijos. De los cinco varones y cinco mujeres que tuvo con su mujer, quien falleció hace dos años y medio y con quien compartió 45 años de casado, llegaron 35 nietos y 15 bisnietos. La última alegría, una novia que lo hace sonreír enamorado y apurar el tiempo de las fotos: “Recién me llamó Nelly, tengo que ir a buscarla”.
En 1992 experimentó una experiencia más profunda con Dios y por eso dejó de trabajar los domingos. “Dejé de salir (a recorrer las calles) para congregarme”, explica. Y desde hace seis años adoptó una costumbre que le cambió la vida: a cada pasajero de su taxi le entrega folletos de temas espirituales como “La vida asombrosa de Jesucristo” y “Cómo encontrar la paz”, entre otros, provistos por la organización cristiana Cruzada Argentina a Cada Hogar.
Al preguntarle por qué regala literatura bíblica los ojos se le llenan de lágrimas: “Me gusta, siempre me gustó dar. Es un gozo tan grande”.